Después de la primavera...

(de la primavera de la anterior entrada, quiero decir)... llegó el invierno!! Y sí, justo una semana después de ver niños bañándose en el Chiemsee, amanecimos tal que así:



¿Y qué hicimos? Pues lo que habría hecho cualquiera en nuestro caso... nos pusimos los schneehose, que dicen por aquí (pantalones de nieve), guantes, gorros, bufandas... y nos fuimos a trinear un rato.






Esta vez incluso Olivia se animó ("¡no sin mi Papi!!")


No fuimos los únicos pero sí los primeros. Cuando nos cansamos aquello empezó a llenarse de gente. Pero para entonces la nieve ya no era virgen!!

Cerramos octubre con nieve, pero noviembre nos trajo días primaverales, otoñales y también alguno invernal. Eso sí, veraniego ninguno. Si algo he aprendido este año es que por estas latitudes más vale estar prevenido para todo: puede llover un día y al día siguiente hacer un sol radiante, y viceversa. Puede granizar en julio y hacer un sol de justicia en diciembre. Puedes bañarte en la piscina hoy y mañana irte a esquiar (bueeeno, vale, dentro de una semana). Incluso hay cambios de estación dentro de un mismo día: en determinados momentos del año más vale salir con abrigo, paraguas y crema solar, por lo que pueda pasar (o caer!) Dicen que lo peor de vivir en Alemania es el tiempo, pero yo lo que creo es que -al menos en esta zona- precisamente el tiempo si algo no es, es aburrido!

¡Que tengáis un buen fin de semana!

Los palacios del rey loco

Hace unas semanas, en el que probablemente fue el fin de semana más primaveral del otoño (sí, primaveral, había gente bañándose al aire libre!) aprovechamos para darnos una vuelta por el lago más grande de la zona, el Chiemsee. (¡Será por lagos!)

Es tan grande que le llaman "el mar de Baviera" (80 m2 de lago, total nada!), y, como no podía ser de otra manera, en la Herreninsel o "Isla de los Caballeros" (la más grande de sus tres islas), Ludwig II, el famoso "rey loco", decidió hacerse un palacete (hay que ver lo que le debe Baviera a este hombre!). Al parecer se quedó prendado del Palacio de Versalles y quiso construir una réplica que superase a todos los palacios existentes hasta el momento (finales del s. XIX). El caso es que debido a la repentina muerte del rey (mira por donde, ahogado en extrañas circunstancias en el lago Starnberg a la altura de Berg, a unos 15 minutos en coche desde casa), el palacio nunca se llegó a terminar y nuestro querido amigo sólo pasó 10 días y 9 noches en él.